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miércoles, 11 de abril de 2018

Sí, soy yo, cualquiera. /About Lady Bird/






Empezaré comentando el final.

La pantalla en negro. Una sensación; la de que la película debería continuar. Dura unos segundos en los que el espectador promedio -entre los que me incluyo- se queda absorto en la negrura del rectángulo. Uno aguarda con difusa esperanza hasta que se hace irremediable que aparezcan los créditos y se confirme la desolación.

Surge una vieja cuestión:

¿Por qué?

A la respuesta acuden, en primer lugar, algunas de las imágenes que han transitado por nuestra retina durante los 95 minutos de película.

Aquellos, los que han salido del hogar siendo niños y han vuelto como adultos. Aquellos, nosotros, los que por elección propia nos hemos distanciado de lo que hemos sido y de los que nos han conformado. Nosotros. Sí, nosotros, los que hemos elegido ser huérfanos a miles de kilómetros de distancia de casa. Sí, hemos vuelto, tarde o temprano, momentánamente, para, en el acto, continuar comprobando que la vida es cambio -aunque lo camufle el día a día.-


Y sabemos valorar de dónde venimos porque una vez lo olvidamos. Y al recordar, y al regresar, juramos no volver a fallarnos.

Todo aquel de fibra melancólica que se halla ante el resplandor de la pantalla y que se encuentre en tal situación tendrá tendencia a llorar. Comenzará,  de modo inevitable y genuino, a hacerlo.

Los créditos aún no han acabado.  Y hasta se desea que no lo hagan. Que no se enciendan las luces,
que nadie se vaya. Que ese momento de consciencia plena a solas en la oscuridad acompañado de desconocidos siga sucediéndose junto al transitar de los nombres y las lágrimas.

¡Ah! ¡Habrá pobre alma desconsolada identificada con lo que aquí se describe! En esto, esta se sentirá como si la película le transitara el cuerpo; y su llanto y sus memorias y,  hasta ese instante tan íntimo fueran parte del film, como si una cámara lo estuviese grabando y reproduciendo en otra sala de cine. Este ser que en estado nostálgico se halle, se levantará al prenderse las luces. Saldrá veloz de la sala, apenas disimulando los ojos a rebosar, mezclándose entre el resto de espectadores que ahora dejan de serlo para volver a su papel de transeúntes. Él también lo será, y volverá, y está volviendo andando a casa sin poder quitarse de encima la sensación de sí mismo. El llanto profundo como el de un niño durante los 45 minutos de trayecto. La madrugada, el frío, el frío. Más desconocidos. Las noches solitarias repletas de cólicos en el hospital, el frío, el frío, la ausencia de.

De nuevo el día a día, el despiste, el olvido, la evasión en lo cotidiano que ciega.
Pero en lo hondo del alma, la verdad que se acalla y oculta en los quehaceres.

Y los teléfonos, y los mensajes, y las palabras que apenas se pronunciaron,
a los que hemos sido, a los que siempre volvemos
brotan.


Sí, soy yo,
cualquiera.









2 comentarios:

  1. Me encanta lo que escribes Alpha Lyrae.

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  2. ¡OHHHH! ¡Muchas gracias! Me cuesta animarme a publicar por eso de las inseguridades, ¡y no te imaginas cuánto me ayudan este tipo de comentarios!

    PD: Me encanta esa manera de denominarme (Alpha Lyrae), no sé si eres Danielsen, pero suena a qué sí! <3
    Anyway, un abrazo!

    ResponderEliminar

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